Las dos caras de los “adorables loritos” que invaden Barcelona

Juan Francisco Jimenez Jacinto Juan Francisco Jimenez Jacinto

 

Algunos animales llevan en la sangre una capacidad innata de adaptación al entorno, pero la cotorra argentina, sin duda, tiene las aptitudes necesarias para colonizar cualquier territorio.

Seguro que alguna vez hemos visto a estos ejemplares de apariencia simpática y llamativo plumaje verde. Pero la actitud de: ¡Mira qué monas! No volverá a ser la misma después de leer este artículo.

Aprenden rápido a hablar pero luego no callan. Así que por lo que más quieras, desea que nunca instalen un nido en frente de tu casa. Además de ruidosas, sus hogares son más complejos que seguramente los nuestros.

Construyen nidos de hasta 150 kilos en arboles de parques y avenidas, destrozando la vegetación para conseguir ramas. El nido tiene forma alargada y está lleno de cámaras que las protegen del frío y el calor. Además está lleno de pasillos con distinta protección térmica para cuidar de sus huevas y crías. Y por si aún no hay suficiente, la hembra, que es la encargada de su construcción y limpieza, también se encarga de ampliarlo año a año.

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Verlas comer parece divertido, se acercan la comida a la boca con una pata, en lugar de comer con el pico como el resto de pájaros. Pero no son nada exquisitas y engullen todo lo que encuentran. Eso facilita su adaptación pero también genera conflictos con las palomas. Ya que a pesar de que se lleven bien, cada vez son más frecuentes sus peleas por comida.

Y aunque las palomas ganen en número de ejemplares, casi 250.000 frente a 6.000 cotorras, los “adorables loritos” tienen el oro en organización. Trabajan en equipo y colaboran espantando a depredadores.

Los primeros ejemplares se encontraron en el “Parc de la Ciutadella” en 1975, seguramente abandonados por alguien que no sabía las consecuencias que podía tener 30 años después.

Juan Francisco Jimenez Jacinto

Es profesor de Periodismo en la Universitat Abat Oliba CEU