¿Por qué cuesta tanto hablar en Público?

Juan Francisco Jimenez Jacinto Juan Francisco Jimenez Jacinto

 

Pensar en hacer un examen o entregar un trabajo nos remite a imaginar hojas y hojas escritas. El modelo educativo español le ofrece un lugar privilegiado a la escritura olvidando una gran competencia: la oratoria.

En la mayoría de aulas académicas cunde el pánico con las exposiciones y defensas orales (hecho que también podemos trasladar al mundo laboral). En cambio Estados Unidos y America Latina forman a grandes oradores desde edades muy tempranas. Dominar el discurso es saber que algunas veces la forma puede superar al contenido.

Hablar en público es una habilidad que necesita práctica. Del mismo modo que necesitamos aprender a ir en bicicleta o a esquiar, también necesitamos practicar nuestros discursos. Pensamos que poseer la capacidad física del habla nos convierte en oradores y nos equivocamos.

La buena oratoria se puede conseguir practicando y teniendo en cuenta varios factores:

-Un discurso estructurado mediante puntos clave. Si aprendemos frases de memoria podemos quedarnos en blanco más fácilmente y no aportar la intencionalidad y la chispa mágica del momento. Si nos quedamos en blanco y no sabemos qué decir… ¡Inventémonoslo! Nadie sabe si alteramos el discurso más que nosotros mismos.

Debemos pensar en qué espera escuchar nuestro público y en qué tono debe comunicarse. Parece lógico si pensamos en las diferencias entre un monólogo y un discurso académico. Pero muchas veces terminamos hablando a jóvenes como si fuesen adultos y viceversa.

– Mirar al público a los ojos hará que se sientan involucrados. Debemos repartir miradas entre todos los asistentes y no apartarla rápidamente, mantenerla el justo tiempo para que no se sientan intimidados y noten que te diriges personalmente.

Tener una correcta posición corporal. El lenguaje no verbal es casi o más importante que el que sí lo es. Nunca debemos cruzar ni brazos ni piernas ya que esa postura genera sensación de rechazo, tampoco debemos estar curvados ni utilizar en exceso las manos (únicamente cuando ayuden a ilustrar y reforzar el discurso). Aún menos tener las manos en los bolsillos o en la espalda. Si no sabemos qué hacer con ellas un buen truco es coger un bolígrafo en una de ellas que nos va a aportar un movimiento natural.

Los momentos más importantes son el inicio y el final del discurso, ya que marcarán la primera impresión y también el recuerdo posterior de la exposición. Por ese motivo debemos tenerlos muy claros.

Juan Francisco Jimenez Jacinto

Es profesor de Periodismo en la Universitat Abat Oliba CEU