La sombra de ETA

Huellas del terror

A 30 años del asesinato de Ordóñez y en el aniversario del 11-M, víctimas y testigos luchan por no olvidar una de las etapas más oscuras de España

Terrorismo, ETA, miedo
Captura del vídeo del comunicado de ETA de octubre de 2011, cuando anunciaron el “cese definitivo de su actividad armada”. Fuente: YouTube
Lara Monroy Lara Monroy

Marzo es un mes clave en la memoria colectiva de España. La conmemoración del 11-M devuelve cada año el recuerdo del peor atentado terrorista de la historia del país. La masacre en los trenes de Atocha arrebató la vida a 193 personas y dejó miles de heridos. Aquel día marcó un antes y un después en la lucha contra el terrorismo global y en la consciencia social, no solo de España, sino de toda Europa. Tanto es así, que la fecha fue declarada por la Unión Europea como el Día Mundial de las Víctimas del Terrorismo, un recordatorio eterno del dolor, la resiliencia y la necesidad de seguir defendiendo la paz.

El terrorismo, sin embargo, no irrumpió en España aquel día de 2004. Durante décadas, bandas terroristas como los GRAPO, los GAL o ETA, sembraron el terror en la sociedad española. Entre todas ellas, ETA protagonizó la campaña más larga y sangrienta, con más de 3.500 atentados y 853 víctimas mortales a lo largo de su historia, según datos del Ministerio del Interior. Entre sus víctimas se encuentra Gregorio Ordóñez, teniente de alcalde de San Sebastián y líder del Partido Popular (PP) en Guipúzcoa, asesinado el 23 de enero de 1995 mientras almorzaba en un restaurante de San Sebastián. Un disparo en la cabeza acabó con su vida y convirtió su nombre en símbolo de la resistencia contra ETA.

“ETA protagonizó la campaña más larga y sangrienta, con más de 3.500 atentados y 853 víctimas mortales a lo largo de su historia”

Un antes y un después

Treinta años después de aquel crimen y en un mes marcado por el aniversario del 11-M, España sigue enfrentándose al reto de gestionar su memoria histórica en torno al terrorismo. María San Gil, compañera de partido de Ordóñez y testigo de su asesinato, lo resume con contundencia: Si ahora todos vivimos en libertad y en democracia, es gracias a gente como Gregorio, que son los héroes de nuestra democracia y a los que no podemos olvidar”.

El asesinato de Ordóñez marcó un punto de inflexión. Hasta entonces, ETA centraba sus atentados en miembros de las fuerzas de seguridad, jueces o empresarios, pero su muerte supuso un aviso directo a los políticos que se atrevían a plantar cara a la banda terrorista. “ETA decidió en 1995 socializar el terror. Hasta entonces habían matado a políticos de manera aislada, pero con Gregorio decidieron que todos serían objetivo. Nos pusieron una diana a todos”, explica San Gil.

A partir de ese momento, la amenaza era continua. Los cargos públicos vascos no nacionalistas vivían un clima de terror constante. “Nos mataban como a conejos, no podíamos hacer rutinas, no salíamos con amigos, vivíamos con escolta y pasábamos los días en cementerios y capillas ardientes”, recuerda la exdirigente popular. Una violencia que no solo afectaba a los amenazados, sino a toda la sociedad vasca. Mucha gente se marchó. 180.000 ciudadanos abandonaron el País Vasco por miedo. Y eso tuvo una consecuencia, 180.000 votos constitucionalistas menos y un nacionalismo que se fortalecía cada vez más”, detalla San Gil.

Gregorio Ordoñez, Documental
Imagen de Gregorio Ordóñez en el documental “Esta es una historia real” proyectado en la Universidad Abat Oliba CEU. Fuente: Lara Monroy

Un clima de terror nacionalizado

El terror impuesto por ETA no se limitaba al País Vasco. Su violencia alcanzó una dimensión nacional. Joan López Alegre, exconcejal del Partido Popular en Mataró, Cataluña, recuerda cómo la amenaza también se extendió a otras comunidades: “En los años 90, el comando Barcelona de ETA planeó asesinarnos a varios concejales del PP y volar un centro comercial en Mataró. Llegaron a hacer seguimientos a nuestras familias, fotografiando a nuestras esposas e hijos al entrar y salir de casa”.

Este mismo terror golpeó a Francisco Cano, concejal del PP en Viladecavalls (Cataluña), asesinado en diciembre del 2000 con una bomba lapa colocada bajo su furgoneta. Su hermana, María Cano, explicaba en una entrevista para este medio el impacto que tuvo el atentado en su familia: “Mi madre le decía ‘Paco, sácate de este mundo que ETA está más viva que nunca’. Y él le respondía: ‘Mamá, tranquila, ¿cómo quieres que ETA se fije en Viladecavalls?'”.

El atentado se produjo cuando Francisco Cano se dirigía a su trabajo. “Al llegar a la altura de la barriada de Can Boada, bajando la calle Milans del Bosch, fue cuando explotó el coche tras haber llevado la bomba lapa durante cuatro horas debajo de él”, recuerda su hermana. Como en el caso del comando de Mataró que vigilaba a López Alegre, los etarras también habían estudiado sus movimientos durante meses antes de asesinarlo.

Atentado de ETA en el Hipercor de Barcelona en 1987. Fuente: Pinterest

Memoria y justicia

Con el 30º aniversario del asesinato de Ordóñez y el 21º del 11-M, la reflexión es inevitable. ¿Cómo garantizar que el terrorismo no vuelva a imponerse? Para María San Gil, la respuesta está en la educación y en la transmisión de la verdad. “A los jóvenes vascos no les cuentan esta realidad. No nos llaman a colegios o universidades para explicarlo, porque el nacionalismo que gobierna el País Vasco nunca ha hecho nada por derrotar a ETA. Al contrario, se benefició de su violencia”.

Una reflexión que también comparte López Alegre, quien advierte del peligro de silenciar el pasado: “Cuando decides que de esto no se habla, condenas a las nuevas generaciones a la ignorancia. Y cuando la gente no tiene información, acaba tomando decisiones políticas sesgadas”. María Cano, por su parte, concluye con un consejo para todas las víctimas: “Que no vivan con rencor ni con odio, porque sino no podrían vivir. Pero que tampoco tengan miedo de alzar la voz y enfrentarse a la verdad”.

Estos testimonios remarcan la importancia de la memoria como una herramienta fundamental para hacer justicia y preservar la verdad, en un país donde el terrorismo ha dejado una huella imborrable. El 11-M y el asesinato de Gregorio Ordóñez, aunque distantes en el tiempo y en sus contextos, representan dos hitos que reflejan la lucha por defender la libertad y la seguridad frente a la barbarie. Hoy, España sigue enfrentando el reto de educar sin olvidar su historia, para que las generaciones futuras no vivan marcadas por el miedo y para que el terrorismo no vuelva a tener cabida en la sociedad. Al fin y al cabo, tal como dicen quienes sobrevivieron para contarlo, la libertad y la democracia se defienden cada día, sin miedo y sin olvido.

 

Lara Monroy

Estudiante de Periodismo, Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Abat Oliba CEU. Además, curso un Máster en Liderazgo, Política y Buen Gobierno en la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Soy fundadora y directora de "Abantos", un club de políticas con presencia en Madrid, Barcelona y Valencia. Participo habitualmente como tertuliana en el programa "Sentit de viure" de Radio 4 (RNE) y he trabajado en la oficina de comunicación de la Inspección General de Ejército de Barcelona. Tengo un fuerte interés por la política, las relaciones internacionales, la historia, la filosofía, los idiomas y los viajes.