En el siglo XVII, la diplomacia vivió su edad dorada. Los embajadores recorrían Europa como emisarios de la razón de Estado para negociar tratados, pactar treguas o sellar alianzas. Era una época en la que la diplomacia se entendía como el arte de la negociación paciente, del equilibrio de intereses y del lenguaje medido como forma de evitar conflictos abiertos y consecuencias irreversibles. Cuatro siglos después, Donald Trump parece haber desterrado esa lógica. En su segundo mandato, y bajo el lema grandilocuente del “Día de la Liberación”, el presidente de los Estados Unidos ha sustituido la diplomacia por la intimidación a través de aranceles. En vez de sentarse a la mesa del diálogo multilateral, como ha sido propio de Occidente, Trump busca instalar una nueva mesa: una donde quien tiene el mercado más grande impone las reglas del juego.
Motivo de los aranceles
El pasado 2 de abril, Trump anunciaba, en lo que llamó el “Día de la Liberación”, una jornada aparentemente histórica. “Una fecha que será recordada como el día en que renació la industria estadounidense y que comenzamos a enriquecer nuevamente a Estados Unidos”. Con este mensaje efusivo, e igualmente populista, el presidente estadounidense puso en marcha una acción de aparente “reciprocidad”. Así, aplicó aranceles generalizados del 10% a productos que ingresen a EE UU e impuestos aún mayores a las grandes economías, como es el caso de China y de la Unión Europea.
En concreto, el caso de China es el que ha generado más revuelo, con diferencia. Como si fuera una pataleta de niños, Pekín no tardó en contraatacar y Trump, como podía preverse, no quiso ser menos. Después de que el gobierno chino anunciara aranceles del 34% a EE UU y, apenas dos días después, los elevara al 125% en sectores estratégicos como la tecnología, el automóvil y la energía, Washington redobló la apuesta. Acumuló distintos aranceles (nuevos) que sumaron un total de 145% sobre los productos provenientes del gigante asiático.
El hilo argumental de Trump se basa en que Estados Unidos tiene un “enorme déficit comercial” a partir del cual otros países se están beneficiando. Por eso, esta catarata de aranceles tiene, aparentemente, el objetivo de reindustrializar a EE UU. Así, incentivaría la industria local para generar más empleo y, en última instancia, conseguir un mayor progreso económico.
La otra cara de la moneda
Sin embargo, no son pocos los economistas y expertos que sostienen que este nacionalismo económico será perjudicial, tanto para los socios comerciales de Estados Unidos como para el propio país. La ecuación que siguen es sencilla: la subida de aranceles llevará a un aumento de precios de los productos que ingresen a EE UU. En consecuencia, esto incrementará la inflación y, por lo tanto, frenará el crecimiento económico.
Esta hipótesis parte de la idea, básicamente, de que los países afectados no se quedarán de brazos cruzados, sino que reaccionarán con medidas recíprocas, como China. En consecuencia, esto solamente puede llevar a pensar una sola cosa, y es que tiene que haber algo más allá de las cuestiones comerciales.
Geopolítica pura
En el fondo de esta cuestión reside algo tan simple y a la vez tan complejo como que esta estrategia arancelaria no es más que una fachada que esconde un verdadero objetivo geopolítico. La nueva táctica de negociación del actual inquilino de la Casa Blanca consiste en amenazar con aranceles a unos y otros para luego negociar con cada actor desde una posición de fuerza. En otras palabras, se trata de una mera cuestión de poder que pretende tener a los demás países intimidados o arrodillados ante él. El infantil y cuestionable episodio entre Zelensky, Trump y compañía en el Despacho Oval es una buena forma de ilustrar esto.
No obstante, pareciera asimismo un intento algo desesperado de mostrarse superior al resto. Como si Trump no terminara de reconocer el progresivo avance chino a nivel comercial y de influencia que implica una seria amenaza para los intereses de Washington. ¿Será que, en el fondo, ya se sabe inferior? El hecho de que el pasado 23 de abril haya empezado a recular durante al afirmar que los aranceles del 145% que rigen sobre China “se reducirán drásticamente”, no hace más que contradecirse y empezar a desmontar el propio relato del proteccionismo MAGA (Make America Great Again).
Sea como fuere, lo que es seguro es que, con esta estrategia, Trump se resiste a perder el pulso con China. Por eso, utiliza la guerra comercial para intimidar y mostrarse superior frente a aquellos que no son capaces de disputarle la hegemonía. Sin embargo, no puede ignorar que se trata de un movimiento sumamente arriesgado. Principalmente, fue elegido para bajar la inflación, pero su hoja de ruta proteccionista para lograrlo ha provocado el rechazo incluso de sus hasta ahora aliados. El tiempo dirá si no le termina saliendo el tiro por la culata.